En la mesa de un bar conversan sin lineamientos. Él tiene los ojos húmedos de indesición. Ella lo observa, intentando contemplar la existencia de alguna palabra posible de utilidad. Disimulando el quiebre en el alma que le produce la sal ajena, no se anima a demostrar la verdad en sus ojos. No encuentra las palabras para el alivio momentáneo, capaz de oxigenarle las heridas.
Quisera llenarlo de azúcar, pero no cree ser merecedora de ese derecho.
Él conserva su postura de que nada puede elegir en esta vida. Y su karma lo marea en su grandeza, que no le permite ver, entre tanta confusión y tanta libertad.
Ella ya lo eligió todo y sin embargo, no tendrá tal oportunidad, porque nada tiene ahora, y todo lo ha perdido en el ruido de una sola palabra, que comienza en ese preciso instante, egoísta y envidiosa, a consumirle los sueños.
El no sabe, no puede, duda, agoniza, se desangra entre dos monosílabos, con la conciencia cierta de que la situación no presume tal gravedad, y vacila sin sentencia ahogado en sus propios límites, detenido en su propio tiempo.
Quizás debido al confuso abanico de posibilidades que la vida y el mismo se presentan.
O tal vez, porque como artifice de su propio destino y casi sin saberlo, ya lo tenga todo.
Sortilegios cotidianos
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1 comentario:
que lindo relato. el comienzo es sublime: tiene imágenes muy claras, superbien logradas. me ha quedado una sensación conocida: la de las idas y vueltas en las relaciones, en vez de escuchar el corazón (o ver que se tiene todo) y seguir para adelante.
saludos
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