El puente sirve a veces de refugio.
La nariz estampada en el vidrio y los apenas cinco segundos del querer mirarlo todo.
Un cama en el medio de la tierra con frazada incluída. La mesa mas triste que haya existido jamás. Al menos pienso y me refugio también en lo absurdo. Quizás la lluvia no llegue a alcanzarlos. La sobremesa es al aire libre.
Que pasarà cuando llegue el invierno y no haya calefacción.
El cuerpo de un niño delgado permanece boca abajo descansando sobre una almohada sucia.
La mujer sostiene a un pequeño que apenas camina, y menos mal que lo sostiene porque el niño esta descalzo. Y puede cortarse. Y menos mal que lo sostiene porque el niño no tiene zapatos.
Es como una película de esas que llevan a uno a apagar la tele. Sin embargo quiero ver y empaparme de ellos.
No tienen intimidad puesto que todos podemos observarlos. Sus vidas son colectivas. Sin embargo nadie ha de ponerse en la piel que los recubre. Y los recubre también el polvo, y una capa espesa de microbios insolentes. De insectos que a su vez los inmuniza. Los inmuniza hasta impedirlos de sentir lástima propia.
Porque son sobrevivientes de la vida, y para la gente que lo acepta todo la fortaleza inhibe hasta las lágrimas.
Solo ver llegar el sol, bajar el sol y repetir la historia cada día sin reflexionar mucho acerca de todo o en relación a nada.
Y ahí los veo, aunque la autopista quede atrás y me encuentre en mi casa escribiendo este texto.
Siguen ahí.
Miràlos.
Velos.
Acerca tu nariz al vidrio.
Basta con deslizar el inicio de la nueve de julio y el simulacro de hogar habita el aire de moscas, y el hambre en los huesos. Pero el puente los contiene, los recubre al menos de la lluvia.
Ese es mi consuelo. Consuelo de tontos si los hay.
Asi pasa la vida, día tras día. Todos los vemos. Las bolsas revueltas. La pobreza como una imagen típica turistica y porteña. Ahí estan, llorando el tiempo sin sal y aprovechando lo que la vida les dió.
Una casa sin paredes.
Al menos de noche pueden verse las estrellas y las flores soñadoras de los palos borrachos, y cuando es época, el color lavanda del jacarandá. Y lo esencial, esta y por única vez, es visible a los ojos.
Pero el corazón no funciona a pesar de que todos lo vemos.
Tenemos infartos masivos, se nos paralizan los brazos produciendo inmovilidad absoluta.
El corazón no funciona, no siente.
Porque es más fácil no sentir.
Porque asusta la sola idea de ser parte.
De enfrentarse a lo que nos podría haber tocado.
Porque no fuimos educados para rescatar.
Porque el lema es salvese quien pueda.
Porque la palabra pobreza es pecado.
Entonces la ahorta se nos contrae y el corazón no bombea sangre. Porque asusta la sola imagen.
Porque no es ficción. Porque es mas real que en la tele, y porque su techo es apenas nuestro suelo.
Y están ahí abajo.
Y nadie los sube.
Nadie los pone a la misma altura.
Y nadie hace nada.
Al menos no, hasta las próximas elecciones, en las que tal vez, tampoco se haga nada.
Porque la gente vive ocupada dentro de burbujas de lujo ficticio sin simulacro de casa con techo de autopista y sin paredes y sin comida y sin puerta, abierta a las estrellas y con entrada de pasto, microbios insolentes y tierra seca.
Porque es más fácil no involucrarse.
Porque estamos inmunizados de compasión social.
Porque estamos ciegos de alma y no podemos ver.
Sortilegios cotidianos
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