¨Me reflejo en otras pupilas. Me someto a las igualdades subjetivas de las miradas diferentes...¨

Sortilegios cotidianos

lunes, 9 de julio de 2007

Ceguera de hielo II


No se detiene porque avanza como epidemia. Por aca y por allá, se distribuyen las equidistantes incoherencias de la humanidad. Feliciano camina sin pausa, sigzagueando el codo a codo de la multitud. Se le ensucian los zapatos pero no importa, no son los de cuero verdadero. Además incomodan, sobre todo para un día como ese, en el que la convulsión en la calle esparce individuos con relojes que jamás llegarán a destino. Un vendedor en el camino, y los quioskos en las esquinas revueltos de diarios. El hombre disfrazado de rojo y sus campanadas le molestan. Bolsas, paquetes y caprichos tomados de las manos. Una nube de burbujas y una pareja de tango se acobardan entre la soledad y el miedo. Doce aplausos y un charango con entrega inmediata se vende por el altoparlante. Y un carterista hace de las suyas en ese mar de oportunidades y exitosa confusión de identidad. La juguetería ambulante de monos, patos y circos a pila acumulan aun más la curiosidad de delirios infantiles. El rumbo se ve amenzado por los círculos humanos que rodean la distracción con objetos que no sirven para nada. El semáforo detiene ahora la manada de gente violando con los pies las teclas del piano urbano y persigue el camino sin sentido simulado de obligación. De tengos y quieros, y me gustaría..pero es muy caro entonces lo compro en cuotas. La fecha amerita todos los permisos y el futuro endeudado es mala palabra. Los rituales inventados y sigamos la corriente, que mas difícil es entusiamarse con cosas esenciales e invisibles, de las que duran para siempre.
La ambulancia no frenta a la altura del paso cebra y por poco se lleva dos vidas distraídas de cautela. Los negocios estallan en sus gondolas y el clink caja es el hit mas escuchado. Borlas de colores enquistan cada vidriera con narices enamoradas del cristal sucio de huellas digitales de mirar.
A metros nomás de un zoológico de escenas repetidas año a año y patrones preestablecidos socialmente, una manito ausente intenta mezclarse con la acorde frivolidad de los tiempos actuales. Está sucia y vacía pero sueña, se abre y espera.
Sin ser culpable, es dueña del único castigo que no sabe de arrepentimientos.
Feliciano la ve y el relato anterior se vislumbra en su memoria. La luz le traspasa ahora por la frente y se detiene a la altura de su cerebro y el disco rigido envia señales de humo a través de sus venas calientes, recorriendo desde la punta de sus pies hasta la ahorta y frenando a la altura de la cornea, impidiendo así su ceguera de hielo.
Y se salva a tiempo de la indiferencia de los faltos de motivo.
No cree que exista dinero, capaz de comprar la dignidad.

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