a Matute, por la niñez compartida...
Matías corre por la rambla. A su costado, el teatro Argentino lo acompaña, imponente. Entre la multitud, el niño de los ojos miel se abre paso. Busca lo circundante, avanza, no se aburre. Bajo un cielo de tiza, el mundo rendido a sus pies.
Algunos metros atrás, caminamos con el cochecito. Recorremos los mismos espacios de baldosas recicladas, que dos decadas ayer, algunas veces, descubrimos juntas con amistad, muñecas y gomitas de azúcar.
Ya casi no recuerdo como era cuando ellos no estaban.
Curioso, mi ahijado, se detiene y espera. Nuestros pasos acortan la distancia y lo vemos, expectante, ante el espectro de agua tornasolado salpicando las alturas. Su cara se ilumina avisándonos - Una fuente.
La moneda desaparece en su puño cerrado de ansiedad y la mirada se arruga para no dejarlo ver. Abre sus ojos cuando el ruido del metal circular gira sobre su eje en el aire suspendido, para desaparecer en el agua tres gotas después.
Simultáneas, las palabras de quién hace su pedido y desafía mediante su conjuro, un futuro de colores, soñando un presente, a sus cuatro años de infancia deliciosa.
- Deseo tener deseos - dice- y entonces sí, vuelve a mirar y sonríe.
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