Siempre está ahí.
Lo veo cada día y la culpa penetra en mis huesos oscureciendo el tinte de mi marfil.
Una multitud ciega y absorta en problemas inventados lo rodea, pero no logra nublarlo de mi vista.
Brilla, por su ausencia.
Sueña con un plato de caricias tibias.
Me envenena el pensamiento inhibiendo la naturalidad de las cosas.
Me mira. Me crucifica. Me desgarra.
Siempre es igual, paso a su lado, me atraviesa con toda la verdad de sus ojos y sin tapujos me arranca lo poco que me queda de mi corazón despedazado.
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