La mucama uniformada en blanco y negro camina con el chochecito de tres ruedas. El paseo de Tomás es a las cinco. Sentado en el trasnporte que le servirá el mundo en bandeja, aspira el aire tibio carente de espacios abiertos y montañas fracasadas. Los arboles altos, los adoquines estancados de la colonización, los autos semipolarizados, de colores sobrios, estacionados, uno junto al otro, las casas de heladeras llenas y luces saturadas.Los colegios exigentes, privatizados y trilingues, que no saben nada de eso. Las confiterias de toldos rayados, las aromáticas casas de Té inglés, la actualidad edilicia deslumbrando su ansiedad visual.El pedacito de cielo filtrándose entre las ramas, traspasando el mounstro de ciudad enajenada de restricciones.
Y así todos los días, una hora hasta las seis, en que sube con Jacinta que lo baña, lo perfuma y le prepara su papilla tricolor. Cerca de las ocho, llegá mamá y entonces sí, lo toma en brazos, le sonríe, lo mira, lo ve igual al retrato imponenete de su abuelo paterno y se acuerda de lo cansada que está, y pide entonces a Jacinta que lo acune, que ya es tarde para él, que mañana será un nuevo día. Abre las bolsas de la exquisita casa de ropa para bebes.La etiqueta acartonada cuelga de la prenda mediante una cinta de terciopleo impresa con el termino "Petit". El enterito celeste de algodón peruano es su talle, esta vez no se equivoco. Necesita ropa de media estación. Tomás esta creciendo rápido, dice, piensa, mientras lo ve alejarse apoyando sus mejillas en el hombro de su nana. La mirada somnolienta en el futuro ya escrito, en el presente que no deja librado nada al azar. Esta tan cansada. Y Ramiro que no llega. Y ya son casi las diez y no la llamó en todo el día.Y como andarán las cosas por la empresa. Y que cansada está. Y que raro que no llega. Le pedirá a Jacinta que le prepare algo, o quizás, que se lo acerque en la bandeja a la cama, para prender la tele y distenderse. Una vez, claro, que Jacinta duerma al bebe y le de la mamadera azucarada de la noche. Y así, termina el día, y al siguiente, todo vuelve a empezar.
A las ocho a la oficina, a las ocho vuelta a casa. El cansancio, el shooping, el bebe y Ramiro que no llega.
Y el proyecto de familia se desmaya en un cajón, debajo de la hoja de la libreta esa, firmada el día del civil, el día en que se anoto a Tomás como individuo, el día en que todo cobro una legalidad tan importante como sus apellidos, como sus costumbres, como sus ambiciones, como sus vínculos, como sus valores, como su dignidad politicamente correcta, como su ceguera importada de París.
El día en que se olvidaron el sentido en otra parte.
Sortilegios cotidianos
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1 comentario:
¡Punzante, Coni!
Casi...como olvidarse de ser.
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