¨Me reflejo en otras pupilas. Me someto a las igualdades subjetivas de las miradas diferentes...¨

Sortilegios cotidianos

viernes, 16 de julio de 2010

Sala Celeste Turno Mañana







El reloj marca las ocho. La puerta grande se abre y Bianca entra corriendo a la sala. Hoy tiene una sonrisa amplia que complementa con ojos de cielo la blancura de su piel de rulos de muñeca de porcelana. Varios minutos mas tarde ingresan Agustín, con su inteligencia, Tobías al caramelo y Joaquín desafiante. Se observan, se miran, corren de pared a pared buscando de reojo ser perseguidos. Las Delfinas se me abrazan como si hiciera años que no nos vemos, me aprietan fuerte y apoyan su cabeza en mi hombro. Se suma Martina toda rosa, con dos cuentos en la mano y un librito de stickers.
En el preciso instante en el que la quietud llega a su fin aparece Chiara en escena, con ojos verdes de dulce reveldía y Fran como un torbellino vuela por todos los rincones buscando objetos y oportunidades.
Solo formamos un grupo completo cuando Sofía dibuja alegría detrás de su chupete, cuando María y Francesca marcan su terreno sentándose en el lugar de siempre, cuando Rafa y Juan Francisco se convierten en opuestos.
Es que todo da vueltas y gira. Agitamos las manos para saludarnos y gastamos comunicación internacional llamando a Dominga la jirafa, nos parece mágico que le fascinen las alturas y que en Africa nos atiendan el llamado.
Corremos, gritamos al repique por su nombre y hacemos culto a la samba mientras la bruja del plumero encierra magos, trovadores y también titiriteros.
El gusto de la leche tibia derrocha calidez y nos acaricia la garganta en el frío intenso de la mañana y el pan con manteca se pasa y se comparte codo a codo en el comedor.
Las vueltas son sin peaje y en la autopista de la independencia es fácil encontrar choques en cadena. Las burbujas producen un delirio inalcanzable y algunos embotellamientos en el intento por tocarlas.
Mil pelotas de colores vuelan por el cielo, muñecas que se desvisten y platos y cucharas que dramatizan la vida adulta se desparraman por el espacio vivido.
Todo es acción y ser con otros, y juntos somos más, somos uno.
Y suena había una vez, y el silencio se hace eterno, entre duendes y panaderos que vuelan por el mundo, ya no importa nada más.... solo había una vez. Veintiocho pares de pupilas brillantes se detienen en mis labios, y esperan ansiosos la vocal que suma para formar la próxima palabra. Y aunque el lobo sopla la casa y eso asusta, sabemos que el final siempre será feliz.
El tiempo se congela, la espera huele a hechizo, y colorín colorado.
Nos dormimos un rato y despertamos con mas energía acumulada para descubrir, para estar, para padecer niñez en gotas de dulce de miel de infancia inolvidable.
Y ellos con la búsqueda a flor de piel, se dispersan en saltos que aun no salen con los dos pies juntos, en un abrazo que tapa rasguños y en perdones tardíos y espontáneos que no siempre llegan.
Nos limitamos a la calma solo cuando no alcanza el equilibrio para tanta libertad y tanta expresión y tanto ensayo de felicidad.
Quien pudiera transmitir lo que no puede decirse con palabras...
La torre de cubos cae sobre el elefante de Toto, que nunca falta a clase. Y mientras un cocodrilo se escapa de la cueva, empapelo las paredes de impresionismo y ellos me muestran los girasoles, porque sabemos que no hay edad para mirarte, aunque no nos importe que fue de tu vida Vincent, ni quien fuiste.
La jornada llega a su fin, nos despedimos hasta mañana con pañales a estrenar, cuadernos escritos que asientan lo pasado y perfume en la mirada.
Me voy hasta el día siguiente. Tengo la cara pegoteada de besos y mermelada, principio de lumbalgia, el pelo de un león africano y la ropa con rastros polvorientos de lo que es educarse en el amor. Y envenenada de sus manitos de caricias incondicionales y sumergida en la transparencia que destilan a cada paso, en la justicia que predican con mano propia, en la carcajada de cosquillas que no soportan y reclaman con reitero, me hago grande, me enorgullezco por conocerlos, por ser la cómplice de sus secretos y sus penas.
Y así crezco.
Ilimitadamente.
Con mis discípulos, con mis maestros...
Y entonces comprendo, al extrañarlos, que estoy enferma de ellos... y que no quiero curarme.



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