Sortilegios cotidianos
lunes, 18 de febrero de 2008
En la ruta
Observo la lìnea blanca y continua de una ruta. La asemejo inevitablemente a la vida. La comparo con ese ir hacia algun lugar aunque el donde carezca de respuesta, de como, de estructuras de antemano, de conciencia de lo que vendrá.
A mi derecha el valle de Limay se extiende esparciendo destellos de esmeralda que astillan mi cornea, tal vez la belleza de la existencia a los pies de una ruta suprema.
A mi izquierda un cartel, que apendas distingo, no evita alarmarme con su aviso de curva peligrosa. Tal cual el andar por el mundo. Y es que en ciertos momentos apenas distinguimos lo que la ruta se ocupa de mostrarnos. Tal vez por la velocidad de la marcha o por la ceguera ante lo que presenta dificultad de aprendizaje.
El camino se muestra asfaltado en sus comienzos, y al principio grandes montañas rocosas parecen caernos encima con su imponente cuerpo de cordillera estatica. Por suerte puedo girar mi vision hacia un lado y contemplarme en la paz que transmite el rìo. A su vez, este contempla formas revueltas, rápidos, corrientes alineadas, ensanchadas. Por momentos el río asusta en magnitud. Es tanta la belleza de su color que uno percibe el miedo de ahogarse. Las ganas imperiosas de saltar superan cualquier opción de fracaso, y hasta la muerte misma pierde sentido ante el impulso profundo de sambullirse y dejarse llevar hasta el fin.
Asì la vida.
La ruta se convierte de a ratos en caminos de ripio.
Saltan pequeñas piedras.
Algunas lastiman mis ojos, y la vista se me nubla, anque se que no han de morir las facultades esenciales del tacto y ahora, puedo ver con las manos, con la boca y hasta con las entrañas.
El camino se torna incierto, son cada vez más las curvas peligrosas, algun abismo y el miedo de caer aunque estemos en buenas manos, débiles, fuertes, propias, tuyas, mìas, nuestras, de nadie...
Ahora se que mi rumbo esta marcado pero que habra riesgos en su recorrido. Y tambièn belleza extrema, y paz. Y sangre.
Y pruebas con o sin carteles de aviso. Con precipicios incitandome a derrapar. Con saltos en picada que arriesgare sin tapujos.
Subidas que me costaran mil sueños y llegadas que no valdrán la pena. Y el desafìo de no abandonar tal vez, lo único que tengo, una ruta sin mapas, motivos, ni porques.
Entonces,miro siempre a mi costado y no tengo miedo.
Se, que el agua torrencial decantara para mí.
Y el río me acompaña.
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