
- Buenos días - dijo el principito.
- Buenos días - contestó el mercader.
Era un vendedor de sueños para no dejarse caer.
Deberás atesorarlos. Cada uno de ellos, una vez cumplido, dará forma a tus días y vitalidad a tu alma.
Te convertirás en brillo en los ojos, en una mano abierta, en la palabra perfecta.
Serás rayo de sol en cada páramo o luciérnaga crepuscular en tierra de incertidumbres.
Entre sueño y sueño encontrarás que alguna frustración ,
puede, acaso, sucederte...
Y como debo usarlos? - pregunto el principito.
Con tezón, y paciencia. - respondió el mercader.
Y esa mágica convicción, ¨perseverancia¨...
Y esperanza, fugaz o permanente, sin ella, uno a uno, desvanecerán...
Mi consejo es no guardarlos demasiado tiempo, con su justa medida, estará bien.
Caducan cuando el motor de las cosas esenciales no los pone en marcha.
- No lo haré, hoy mismo comenzaré a cumplirlos - anunció el principito.
Y aunque vislumbró la excepción a la regla, con su auguro de vuelos nuevos y su sonrisa pura, y su transimisión mas cierta, y a pesar de las sabias recomendaciones del mercader, por alguna extraña razón que todavía hoy no sabe definirse con cordura, principes y princesas continuan guardando bajo llave, los mejores sueños, dilatando su absurda espera bajo alguna triste frustración o ningún planeta prometido.
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